Yo he visto el ocaso tras tus rejitas óseas.
Y si hay colores para los fuegos internos, el tuyo sería gris...
un fuego gris como el disco del flaco.
Un solazo que ennegrecía lentamente con su retirada.
Te has disfrazado de caducidad con un par de palabras.
Te fue muy fácil, además.
Y no estás muerto corazón,
pero no te mueves.
A falta de sendero común, muro bien oscuro.
¿Un muelle quizás?
Otra vez quiero mejorar lo decadente.
La libertad no es negociable entre nosotros hoy.
Suponiendo aquel muelle...
embarca y zarpa un beso con viaje
(sólo de ida)
derechito al cráter oceánico más remoto.
Ni siquiera es poético.
Ahí abajo en el misterio de las criaturas sin ojos,
me asusto.
Hoy.
Otro día te hubiera acompañado aguerrida a la derrota.
Todavía había cierta calidez otoñal en tu presencia.
Decías adivinar mis sentires verdes.
Y yo te digo que eso no basta.
A mis sentires los recorté a diario, para cuidar mi jardín ancestral.
Donde habito.
El que crece con desmesura desde que nací.
Donde todavía amanece, mientras duermo.
Sin ti.
Sin saber modificamos nuestros soles con antojo...
rebeldes, altaneros, heridos, sinceros.
Yo he visto el ocaso tras tus rejitas óseas y me despedí de aquel día.
Ya no somos tan fuertes.
Tomarnos parece una emboscada cínica al amor...entonces:
Que tengas buen día, con el sol del otro lado en tu pecho, corazón.