De lo que fue,
de las batallas más bravías y hormigueantes en el pago,
de ojeras y sabores amargos,
ganas de reventar lo visible
y consagrar lo indecible hasta sublimarlo
en infinito.
De lo que ansío,
en las brechas de silencio con las vueltas al camino,
de los guiños cómplices,
de la niña que duda
si todo aquello la mancha o no la roza
siquiera.
De desteñidas horas,
son soldados en mi ejército de simpatías,
vestiditos de colores y bailarines
empuñando, eso sí, el rifle del chiflete.
Soldadas. Soldados.
Si ya nombrarlos es matarlos, digamos del pecado al fin y al cabo.