Con las manos en los bolsillos, apretujadas y frías contra el
jean rasposo, caminaba como podía por el sendero que hacía la cortada
desde la facultad a su casa. Como nunca, miraba el suelo, tendría que
estar todo el día con las mismas zapatillas que lo conducirían por la
ciudad en caminos rectos, por sus rincones favoritos dando vueltas y
aletearían en el aire al sentarse cruzando las piernas con el típico
gesto que no registra y aquí estoy evocando. Miraba, para no pisar las
figuras de agua que el barro brutalmente atropellado contorneaba. Por
momentos subía al césped mojado, era difícil mantener el equilibrio al
borde del sendero con su rapidez de pasos.
Por el parque. Como todos los martes y jueves.
Pablo lánguido, rubio, rosado, concentrado en un torbellino de conecciones neuronales, apurado y con frío. Zigzagueante como el camino mismo. Con tres cuadernos bajo el brazo que quería lanzar al sofá de casa apenas entrase, para recoger la campera y volver a salir. Eso quería, además de un panchuque y una respuesta.
Le gustaba su facultad más que nada por encontrarse en medio del verde, alguna vez estuvo maravillado por su inmensidad, ahora se la conocía de memoria y le producía tedio. Le gustaba andar por ahí entre árboles, sobretodo cuando estaban recién bañados y afeitados una mañana como ésta tras una semejante tormenta como aquella.
A tres cuartos del camino, Pablo aminora la marcha y se detiene. Hay una calle que pasa perpendicular, tendría que cruzar. Frunce el seño, se acomoda la bufanda de lana azul, huele. Olfatea en el aire un poquito. A la derecha, a la izquierda. Frescura exquisita. Mira hacia arriba, cierra los ojos turbado y esquiva esos rayos inoportunos que lo atacan desde lo alto entre las ramas, baja la mirada todavía semi cegado, se pregunta si tendrá fotofobia, por qué será tan sensible… Se pregunta por qué no se produce el reflejo del sol en los charcos hoy, se pregunta cuál será el porcentaje de agua que se pierde cuando llueve sobre la ciudad, tanto cemento y tanta porquería que absorbe y no evapora, ¿habrá un índice para eso? No quedará indemne el hecho de que el hombre modifique el paisaje, seguramente. También, por qué no hay nadie hoy con quien cruzar miradas por ahí, por qué estaba cerrado el anfiteatro si hoy es martes…¿nadie avisó que no había que ir? Cómo es que estaba volviendo a casa así sin más, podría sacar el celular del bolsillo y mensajear a alguien. Por qué había desayunado solo, sin ver a su madre antes de salir a las 8. Todo esto atacaba su tranquilidad.
Así y donde estaba empezó a dar pequeños saltos, como para entrar en calor, una y otra vez. Tiró los cuadernos sin cuidado. Sacudió los brazos a los costados del cuerpo y saltó cada vez más alto, “Fuuuuuuuuuu, ahhh, fmm” produjo. Saltó ocho veces más y se aflojó la bufanda, meneó la cadera despacio tranquilizando la taquicardia y sonriendo incipientemente.
No cruzó la calle, se puso en cuatro patas hacia la derecha y muy lentamente, avanzó. Con la oreja derecha pegada al suelo casi, buscó como un barquito entre el espeso mar verde filiforme , una vibración. Hoy no serán susurros de hojas secas, de pisar papas fritas ni nada de eso … el tiempo establece sus condiciones. Avanzó, adentrándose entre troncos torcidos, muy despacio. Gateó ensuciando el pantalón, esquivando ramas, humedeciendo las palmas blancas, con la oreja de radar. Hoy las hormigas no están, avanzó, las que de chico lo tranquilizaron, las que todo se llevan puesto, las que van siempre unidas, construyendo…
Hoy las hormigas no están.
Por el parque. Como todos los martes y jueves.
Pablo lánguido, rubio, rosado, concentrado en un torbellino de conecciones neuronales, apurado y con frío. Zigzagueante como el camino mismo. Con tres cuadernos bajo el brazo que quería lanzar al sofá de casa apenas entrase, para recoger la campera y volver a salir. Eso quería, además de un panchuque y una respuesta.
Le gustaba su facultad más que nada por encontrarse en medio del verde, alguna vez estuvo maravillado por su inmensidad, ahora se la conocía de memoria y le producía tedio. Le gustaba andar por ahí entre árboles, sobretodo cuando estaban recién bañados y afeitados una mañana como ésta tras una semejante tormenta como aquella.
A tres cuartos del camino, Pablo aminora la marcha y se detiene. Hay una calle que pasa perpendicular, tendría que cruzar. Frunce el seño, se acomoda la bufanda de lana azul, huele. Olfatea en el aire un poquito. A la derecha, a la izquierda. Frescura exquisita. Mira hacia arriba, cierra los ojos turbado y esquiva esos rayos inoportunos que lo atacan desde lo alto entre las ramas, baja la mirada todavía semi cegado, se pregunta si tendrá fotofobia, por qué será tan sensible… Se pregunta por qué no se produce el reflejo del sol en los charcos hoy, se pregunta cuál será el porcentaje de agua que se pierde cuando llueve sobre la ciudad, tanto cemento y tanta porquería que absorbe y no evapora, ¿habrá un índice para eso? No quedará indemne el hecho de que el hombre modifique el paisaje, seguramente. También, por qué no hay nadie hoy con quien cruzar miradas por ahí, por qué estaba cerrado el anfiteatro si hoy es martes…¿nadie avisó que no había que ir? Cómo es que estaba volviendo a casa así sin más, podría sacar el celular del bolsillo y mensajear a alguien. Por qué había desayunado solo, sin ver a su madre antes de salir a las 8. Todo esto atacaba su tranquilidad.
Así y donde estaba empezó a dar pequeños saltos, como para entrar en calor, una y otra vez. Tiró los cuadernos sin cuidado. Sacudió los brazos a los costados del cuerpo y saltó cada vez más alto, “Fuuuuuuuuuu, ahhh, fmm” produjo. Saltó ocho veces más y se aflojó la bufanda, meneó la cadera despacio tranquilizando la taquicardia y sonriendo incipientemente.
No cruzó la calle, se puso en cuatro patas hacia la derecha y muy lentamente, avanzó. Con la oreja derecha pegada al suelo casi, buscó como un barquito entre el espeso mar verde filiforme , una vibración. Hoy no serán susurros de hojas secas, de pisar papas fritas ni nada de eso … el tiempo establece sus condiciones. Avanzó, adentrándose entre troncos torcidos, muy despacio. Gateó ensuciando el pantalón, esquivando ramas, humedeciendo las palmas blancas, con la oreja de radar. Hoy las hormigas no están, avanzó, las que de chico lo tranquilizaron, las que todo se llevan puesto, las que van siempre unidas, construyendo…
Hoy las hormigas no están.