Una tarde o una mañana soleada, dulcísimo verano de hace unos años atrás. Estaba con mis hermanos en la playa, supongo que sería por la costa del Sol, al sur de Málaga.
Risas.
Remolinos de agua.
Sensación de frescura y juventud.
Juegos en el agua, lanzarse a una ola como delfín, sal, ahogarse un poco.
Mis hermanos más chicos y sus tablas, nuevas olas, mar muy claro.
Cansancio y nuevas risas, nombrarnos.
En un momento Ignacio se fue hacia donde habíamos dejado las toallas y el bolso, no me fijé exactamente por ir detrás de Pablo el pequeño que se había escapado muy simpático a conversar con unas chicas cerca del muelle. Llegué hasta él, no recuerdo qué dijimos, conversamos un poco con la gente, nos miramos y pícaros nos desafiamos a volver al mar...y llegar lo más lejos posible.
Sorpresivamente en esa zona cerca del muelle, adentrándonos ya en el agua, caminábamos sobre arena, arena muy fina.
Él cada tanto se daba vuelta, mirando hacia la costa para ver si lo seguían mirando y dedicar unas sonrisas más.
Soñé que emocionados por la gran distancia a la que estábamos de la costa, seguimos caminando, el agua nos llegaba hasta los tobillos nada más, era hermoso y extraño. Desde lejos, como caminar sobre el agua,
no mirábamos nuestros pies, solo adelante, atrás...el horizonte. El muelle quedaba chiquitito en la distancia como un punto.
En un momento de vértigo me doy cuenta que al lado mío y de Pablo, que venía detrás, había una línea que cortaba la base de arena, la plataforma en la que estábamos parados, sin darnos cuenta avanzábamos al lado de un abismo. Se veía a través del agua una profundidad indescriptible. Lo agarré rápidamente con un reflejo, una sensación repentina de susto, incredulidad, nos hicimos hacia atrás.
No recuerdo qué me dijo, no lo podíamos creer. A un paso de la verdadera dimensión del mar. Daban ganas de probarla. Como si hubiésemos caminado todo el tiempo por el borde de una piscina. Nos miramos, saltamos hacia ella ¡como a una nueva piscina dentro del mar!
En el instante mismo de estar ya flotando sin hacer pie, apareció de no sé donde una sirena rubia. Era tenebrosa, la vi de frente. Segundos.En su cara una expresión de estarse aguantando la respiración, su pelo como algas enredaban el contorno, me agarró de los hombros y me llevó lejos, lejos...
A Pablo casi ni lo vi, le pasó lo mismo.
Me estaba ahogando en el miedo.
Y al lado nuestro pasaba un río de gente muerta o dormida, transportados por sirenas o mujeres con cola, por debajo nuestro lo mismo...como en esa escena del Titanic, pero otro nivel.
Y me deserté con tantas ganas de contar el sueño y escribirlo. Ya pasó más de medio día...perdí detalles, no la sensación.