Roberto está triste hoy.
Y tendrían que ver su cara para sentir con él un poco,
desborda una pena líquida tan inmensa que para todos alcanzará.
Pondría a Roberto en un escenario,
haría carteles que inviten a contemplarlo,
consideraría otros medios...
vengan a buscar una porción de tristeza con la mirada.
No estará mejor.
Ni funcionará el evento.
Parece que la gente no quiere más tristeza y les gustaría ver a Roberto danzante y sonriente.
Pero Leila se ha ido.
Con su valija vacía, como llegó.
Con su número mágico que no cree en nada más que la música.
Con la suave brisa que generan las presiones del norte,
los puntos climáticos de los lugares en donde nacen mujeres como ella.
Se habrá ofuscado,
le habrá caído mal la sopa de sapo.
Roberto por primera vez siente el desamor.
Y su naricita roja brilla salada.
Los otros gritan y se pelean por una pierna que no cortarán.
Por los desastres que la pirotecnia produjo en el lugar.
Por devorarse nuevamente, por buscar un motivo de frenesí en el círculo diario.
Quedó libre el número de las cuatro.
Quedó Roberto solo en su letargo.
Y vuelve al malabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario