jueves, 3 de mayo de 2012
May Story a Day 3 : El segundo viaje del día
Salgo del hospital. Junto varias monedas, una de un peso, dos de
veinticinco y una de cincuenta centavos. Listo, ya tengo pasaje. Me
compro dos bananas y una manzana, hoy no desayuné porque me dormí y
estaba llegando tarde ya a mi evaluación de electrocardiograma. Viene el
colectivo-bondi-buss. Mis dos compañeros, Laura y Daniel hacen fila
tras un par de personas que esperan. Se me complica el momento, siempre
se me complica el momento de subir porque pieso que no tendré a mano el
cospel o el dinero mientras la gente me apura o que arrancará tan
violentamente que me caeré de geta contra el pasillo o me pegaré un
golpe de cabezas contra el pasamanos. Si, soy alta...en fin, son
segundos nada más. Tiro la cáscara de la primera banana que terminé
dentro de la bolsa donde está la otra y saco la manzana, para sumar
complejidad al momento o para saciar mi hambre, no lo sé. Sube Laura,
sube Daniel, subo. Un, dos, tres grandes escalones y le doy las monedas
al chofer, me da el papelito finito escurridizo entre los dedos que
llaman boleto. Uh, el bondi está hasta las manos. No abanzamos, nos quedamos ahí parados casi al lado del chofer. Me agarro del cilindro metálico arriba de mi cabeza,
ladeo el bolso pesadísimo que llevo con todo lo que podría necesitar
porque no sé si después vuelvo a mi casa. Ya arrancó y nos miramos
con mis amigos. Olor a gente, calor de otoño indeciso. En las pequeñas
frenadas del camino me voy arremangando la camiseta bajo la chaqueta
blanca turnando de manos en el pasamanos y con la manzana. La termino y
ahora tengo una bolsa de basura orgánica. Ay! la tengo que guardar en el
bolso que desagradable. Ya está. En la próxima parada suben cuatro
mujeres, una de ellas Sd de Down, viajaba sola. Las otras tres mantenían
una acalorada conversación, pagaron y se apretujaron contra nuestros
cuerpos. Realmente era insoportable estar allí. Todos los acientos
llenos, son dos filas a la izquierda y una a la derecha. Todo el pasillo
del medio lleno de gente, amontonada e incómoda como vacas en brete.
Una de las nuevas señoras, no vi sus rostros porque me gusta mirar por la
ventana y me satura la humanidad tan cercana...dijo : Aver estos
jóvenes ! que no hacen espacio a estas viejas para que podamos entrár!
Que se pueden correr un poco para el fondo chicos? Miradas fulminantes
que terminaron en risas entre nosotros y otros jóvenes que oportunamente
se encontraban en el medio de transporte. Nos juntamos aún más.
Seguimos viaje. Ahora con el cotorreo de las ladys confort. Uno sólo
aprecia el silencio cuando lo pierde, era lo único valiosos que teníamos
hasta que se subieron. Por la ventana vi verdulerías, por la Avenida
Avellaneda, poca gente caminando por allí hasta que llegamos al bajo.
Bulonerías, ferreterías, puestos de ventas de panchuques, sándwichs,
golosinas. Kioscos, fletes, perros, gente vieja, gente con ropa vieja,
jóvenes modernas con los rollos resaltando en sus caderas pero siempre
ajustadas. Muchos fumaban, muchos mensajeaban. Música de cumbia
repentinamente se coló por las ventanas y así como llegó se fue al
doblar la esquina. Balanceo total, todos aplastados hacia la derecha,
ñoooooooom, dobla y volvemos a estar rectos. Subimos por calle San
Lorenzo, milagrosamente bajan algunos pasajeros y no suben otros.
Respiramos. Mis compañeros se desplazan más atrás entre la gente
buscando el hueco, quedo adelante ahora parece que viajo sola.
Intercambio sonrisas con una chica de entra la gente sentada que debe
haber captado la cara que tengo en estos momentos dados del día a día,
yo también me reiría de mi. En general nadie sonríe, la mayoría de los
pasajeros son ancianos, muy arrugados, un señor tiene un simpático
gorrito de Boca Juniors como tejido al croché y lagrimea sin
sentimiento, aparentemente está enfermo. Quiero dejar de mirar a la
gente identificando su patología. De vez en cuando controlo mi monedero para ver si sigue allí en el bolsillo de la chaqueta, y el celular que mantendo en silencio todo el día. Hago mi cabeza hacia atrás la sacudo
varias veces y vuelvo a mirar. Sólo veo gente triste, cansada. Como si
se hubieran puesto de acuerdo y vinieran todos juntos del cementerio. El
103 va al cementerio? se me ocurre y me siento muy tarada. No, es sólo
así. Vuelvo a la ventana. Pasamos por una heladería, ya estamos por
calle Lamadrid casi. Lindas fachadas, diferentes estilos todas. Leo
"Casa de la Memoria - familia detenida y desaparecida" en la placa del
frente de una casa. Nunca lo había visto antes, siempre paso por ahí. Me
dan ganas de saber más sobre esa familia y también pienso que no será
muy diferente de lo que ya sé sobre otras familias en el ´70. Pasamos
por algunas facultades, edificios, gente paseando el perro, cargando una
manguera, intercambiando papeles, riendo en la esquina del bar DocSud.
Daniel se baja para ir al cajero luego nos alcanzará. Hermosamente
desciende mucha gente, o fue descendiendo de forma paulatina y mi
distracción hizo que no lo notara. Laura se sienta en uno de la fila a
la derecha y me paro cerca de ella. Sostiene mi bolso, mi hombro puede
descansar. Un alivio. Conversamos sobre el examen del sábado, sobre los
libros que tendríamos que consultar y sobre el recital de Divididos.
Luego ya no conversamos y sigo colándome fugazmente en la vida al otro
lado del cristal del 103. Leo carteles de ofertas de huevos, la docena y
por unidad. Están carísimos. Discriminan entre huevo normal y huevo de
color. Dan ganas de comprar huevos de color. Me río entre pensamientos.
Pasamos ahora por un barrio, creo que es Ciudadela. Veredas de tierra,
ventanas enrejadas. Más ofertas, ahora de papas fritas, adobos de pizza y
forrajería. Un gato sobre la tapia de una casa abandonada. Hermoso.
Doblamos y ya vamos por la Roca. Verde, chicos jóbenes. Se acerca
nuestra parada. Vamos Laura. Se terminó el segundo viaje del día. Todavía quedan tres.
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