lunes, 28 de marzo de 2011

Un relato, un dibujo, un niño muy especial

Me fui por los laberintos de la imaginación de Ignacio, y junto a él descubrí un bosque, un castillo, una doncella loba... sed de expresión, toneladas de magia, fuegos de colores, cazadores y misterio. Después de leer un cuento, creó un nuevo final, ahora convertido en premio. Con sus 12 años, sonríe a través de las palabras : 


La doncella de la cacería.

        Ya hacía calor, se notaba en el aire, la primavera se acercaba. Habían pasado tres años desde que la ropa desapareciera, ya muchos cazadores la intentaron matar, pero ella resistió. Era extraño, la maldición que la hacía loba la fue deformando. Lo que realmente la afeaba era esa postura encorvada que adoptaba. Sofía Richensber, doncella loba o monstruo, se sentía fea y desgraciada cuando se veía reflejada en los lagos. La tristeza le hacía llorar durante días y noches, pero este día no iba a ser igual.

        Ella se encontraba en el monte más alto de todo Dacoga. Era un monstruo en una montaña y al borde de un precipicio. Su mente la empuja a saltar, pero su corazón le decía lo contrario y en esos momentos de inseguridad pensó en toda su vida. Nada le impidió tomar la última decisión: la muerte. Ella, como un pájaro, se tiró desde la punta más alta del monte y cayó, cayó y cayó. Su cara notaba el aire, le daba igual, no le importaba, no quería sufrir ni disfrutar, ella quería desaparecer y así fue. Inevitablemente su cuerpo impactó con el suelo produciendo un ruido estremecedor y terrorífico.

        Después de unos diez días un campesino encontró el cuerpo. Por miedo, no quiso acercarse, pero su sombrero, arrastrado por el viento, se posó en el cadáver. Inesperadamente el cuerpo inerte empezó a brillar y un destello cegó al campesino y lo dejó tumbado en el suelo, desmallado. Desde la luz salió una mujer desnuda, era una mujer más bella que la flor más delicada. Después agarró el sombrero y se fue sin mirar atrás. Un instinto humano la obligaba a reunirse con su familia y entonces, como una autómata caminó. La dama recorrió bosques, cruzó ríos y valles hasta que llegó a un gran castillo, su hogar. Allí, los soldados se quedaron maravillados por su belleza y permitieron la llegada de la mujer a los aposentos del conde.

        Cuando la mujer llegó a los aposentos se arrodilló en el suelo y de repente, con un brillo destellaste se convirtió en una loba. El conde, asustado, llamó a la guardia real y quiso matarla. Antes de hacerlo se percató de que el rostro de aquel animal parecía humano, parecía expresar alegría, pero a la vez una sensación de tristeza. El hombre no sabía qué hacer y entonces decidió tenerla como mascota de caza.

        En las cacerías era la mejor y era la envidia de todos los cazadores, todos querían tener como criatura de caza a una loba de ese tipo, pero ese era un lujo de un solo hombre. Muchas veces el conde ofrecía a gente importante acompañarle en la caza y un día le dio el privilegio a un montero llamado Fernando Gymbich .El rey siguió las costumbres de siempre: tomo un buche de vino blanco, acarició a la loba y ofreció que el compañero de cacería también lo hiciese. El montero dudó un poco porque se decía que la loba había matado veinte conejos en un día. Para no desobedecer al conde tubo que acariciarla y en ese mismo instante, en medio de la muestra de cariño, pasó algo extraño. De repente, la parte del cuerpo de la loba que el montero había acariciado, se puso oscura y después, mágicamente, la mano del montero empezó a quemarse. Él gritaba, el dolor le hacía sufrir y desgarrarse. El conde, desesperado, quiso ayudarlo echándole el vino encima de la mano, pero eso solo empeoró las cosas. En poco tiempo, el fuego blanco como el del pelaje de la loba se extendió por el brazo del montero. El hombre no sabía qué hacer y decidió sacar su cantimplora llena de agua en un intento desesperado de apagar el fuego blanco, como la nieve. Desafortunadamente a él no le sirvió para nada, pero la loba reconoció esa cantimplora, supo que era la misma que llevaba aquel día en el que desapareció su ropa. En medio de aquella escena de terror, el animal saltó encima del montero y le arrebató la cantimplora. En ese mismo instante ella  empezó a brillar con una luz blanquecina y se transformó en aquella bella doncella con una larga melena rubia como el oro, una piel blanca casi pálida y unos ojos azules como el cielo. La maldición desapareció para siempre, porque al fin, esa bella mujer había recuperado su identidad humana. Ya nadie la podía detener. Ella se sentía feliz, el hombre que la condenó a tanto tiempo de soledad, aislamiento y tristeza había muerto bajo su furia.

        En el funeral del montero todos los invitados lloraban y vestían de negro, todos menos una mujer que sonreía e iba de blanco, se llamaba Sofía Richensber.

                                                                              Ignacio Gonzalez Martin.
                                                                                     Malaga - Enero 2011.

Gracias nacho sabor queso ! :)