viernes, 6 de mayo de 2011

Puntapié III

“Nunca leí, ni oí narrar en cuento o historia que el curso del amor verdadero haya discurrido en alguna ocasión con suavidad”
 El sueño de una noche de verano, I, 1.

Terminó de leerle las palabras memorizadas con tanto fervor que se puso colorada. Lo había hecho muy bien, suave, sensual…con intención de darle a él una sorpresa, llena de encanto y encima ¡de Shakespeare!...No entendía bien su contenido, pero era algo salvaje, extravagante lo que insinuaba entonces le pareció oportuno cuando lo encontró en Google.
Esperó algún gesto de él. Solamente la miraba con la boca entreabierta. Con expresión indiferente.
-¿No te gustó?
-No.- contestó-  Porque el amor no existe.
Y después de eso, pagó el café y se fue sin ganas de volver a verla en su vida.

Decían

Decía.

Se abraza a mi cuerpo como leona dormida
Y respira, sin garras.
Mis manos recorren las dunas de Cafayate
en su piel barnizada por el sol de la tarde…
Nos devoramos de postre…y ahora
no hay más hambre que la del tiempo al lado de esta historia.
En un nido inventado, a la espera de la oscuridad.
Sin duda alguna…vamos a separarnos.
Decía sin hablar…
Sabes que estoy delineándote.
Te abrís…la marea nos toca y susurra presente.
Te dejarías a mi lado…sintiéndote en casa.
Me quedaría.
No queremos dejarnos…

No dijimos más.

Puntapié II

“Cómo? ¿Se ha ido sin pronunciar una sola palabra? Sí. Así es como debería actuar el amor que es veraz. No habla porque la verdad se ve más ensalzada por los hechos que por las palabras”.

Los dos Hidalgos de Verona, II, 2.

Venía mirándome las zapatillas, sabía que por delante el camino era largo, no habría obstáculo por lo pronto y mirar cómo avanzaban los pies, cómo saltaban algunas piedras blancas, negras…chicas, con un ruidito de choque entre ellas que acompañaba al torpe de mis pasos, me tenía entretenida.
Caminaba lento, ya casi no había luz. Las piedras, las sombras del camino. No me acuerdo haber escuchado ningún sonido, hace mucho que ya no pasa el tren.
Con las manos en los bolsillos de la campera, sin frío ni calor, todo estaba concentrado en seguir. Sin estar concentrado en nada…porque podría haber caminado hasta La Pampa de esa manera sin parar.
Sigo mis pasos, a veces juego a que no tengo el control de ciertas partes de mi cuerpo. En este caso el automático de marcha estaba en ON y los niveles de cualquier otra necesidad corpórea descendían progresivamente con el desplazamiento.
Y así con esa especie de alquimia interna y urbana que se manifestaba sin más, después de mucho andar…llegué al puente.
¿Ya? Qué bárbaro…mirá vos.
Me hice la sorprendida conmigo misma, queriendo olvidar que conocía el camino.
Me paré.
Y me paré…
Miré hacia el frente, seguía una vereda de cemento desprolija, con chapas viejas esparcidas por el viento o el desinterés. Bajaba un poco más a mi izquierda con unos escalones, y había una baranda tipo barrera. Se podían ver los autos que pasaban por abajo del puente. Puente del tren. Ancho, sólido, gris…sin iluminación. Las vías como líneas que venían de allá atrás y se iban no se donde… ¿Como yo?
Casi sobre la avenida, todavía allí, sin pasos. En pausa.
Como si este accidente de mi tránsito pedruno hubiera hecho un click, y roto algún equilibrio evasivo, me alcanzó un torrente de recuerdos contenidos, briosos, desenfrenados, liberados por fin…
Con todos ellos tomando primero mis piernas, subiendo por mi cadera en un salto violento hasta comprimir con su caudal de años mi pecho, enredarme en aguas turbias y morderme el cuello de frente, con dolor…estaba parada al lado de aquel paso inservible de la ciudad.
La puta madre. 

“Disculpá, ¿tenés fuego?” 

Cómo voy a tener fuego, ¿no ves que me estoy inundando acá mismo? Me dije por dentro. 

“Flaca...”

Y me rescató de aquello con su voz. Estaba al frente mío, bueno no. En realidad yo estaba enfrente del puente y me hablaba desde el otro lado de la vía a mi derecha. Bueno, no importa! Porque en ese momento me giré y entonces si, ya estábamos frente a frente (con las vías de por medio).
Me alteró un poco el quiebre…
Me miraba.

“Ey!” movió un brazo en alto para llamar mi atención. “¿Tenés fuego?”

Sí! Saqué del bolsillo de atrás el encendedor y se lo mostré.
Entonces vino caminando medio saltando rápidamente a buscarlo, con una sonrisa y en actitud divertida.
Me lo quitó de la mano, porque yo seguía en la misma pose. Y dijo “Qué bueno y qué insólito que estés por aquí”. Sonrió de nuevo. ¿? …
Fue a sentarse en uno de los escalones, mirando hacia el flujo de vehículos que pasaba ordenado por ahí,  cuatro metros más abajo. Se movía rápido y se sentó entre un salto de piernas, circense.
Sacó un par de hojas escritas de un bolso de tela y se puso a quemarlas. 

“La vida” dijo. 

Yo ya estaba cerca suyo y me senté al lado, con un poco de distancia.
Y miraba intrigada. Serena. Qué serán esos escritos… ¿Vos qué haces por aquí? 

“De todo” 

Y no me miró ni dijo nada más hasta que terminó su acción y se puso a mirar la avenida.
Me devolvió el encendedor. Al rato conversamos sobre el color de los autos, sobre el kiosco JyJ que está abierto las 24 horas, sobre todo lo que se puede encontrar ahí…la estación de servicios, el cerro…me contó cosas que quería colgar en su casa, que le recordaron una casa en el cerro, una terraza…me preguntó muy poco y yo, pensaba que lo hacía para entrecortar su monólogo…que en realidad no le importaba mucho, entonces no le conté cosas importantes. Aunque quería… ¿por qué?
Porque estaba fascinada con este personaje…y porque mis mares voraces andaban lejos, lejos de allí…porque uno tiene estúpidas necesidades.
Pensé que encontrarme con alguien, en la vía, en la tarde de aquellos momentos míos de  absorta ocupación en la que estaba, de la nada…que aquella interrupción tendría algún significado, me abría de alguna manera una propuesta, un terreno nuevo…
Siempre pienso.
Tengo la enfermedad de pensar.
Pero además de mí, había en sus ojos un signo. Que se me quedó dibujado dentro por eso lo tengo tan patente… Que me hacía no escuchar bien a veces, lo que hablaba y algunas historias que contó mientras transcurría libre el tiempo...con su mirada. Habló de gentes, de lugares hermosos y otros no tanto. 
Parece que fue mucho, pero no. La noche maduró y mayoritariamente en silencio, en distracción por sucesos pequeños…detalles, el caminar de la gente en las veredas de las calles que se podían ver a lo lejos…unos gatos que se la pasaron merodeando el lugar, los cantares borrachos de los que vagaban de madrugada…estuvimos.
Y con el amanecer abriéndose paso, demostrando que las noches no son eternas una vez más… mientras me disponía a hacer algo inútil no recuerdo qué,  mientras pensaba que podía quedarme allí mucho rato…en compañía efimera.
Precipitadamente caímos en diferentes cuentas. 
El día le despierta cosas diferentes a cada uno... la luz olvida fantasmas.
Yo no sabía que hacer conmigo y el futuro era un concepto en blanco.
Me pareció que quería irse.
No dijo mucho, creo que no dijo nada.
Por la zona en la que estaba ayer cuando me llamó, atrás…había una escalerita…y se perdió tranquilamente. Como vino.
Miré mis zapatillas…miré al cerro. Seguí caminando en la dirección que llevaba antes, el sol empezaba a rayar mi cabeza.
 “Hasta dónde vamos?”
Ahora creo que a ningún lado concretamente, de esta manera.